“Nuestro estallido social será en las urnas”: Uribe sobre coalición para Elecciones de 2026
Durante su visita a Boyacá el expresidente vaticinó mayorías para su bancada en el Congreso y confirmó la alianza con otros sectores para impedir la reelección de la izquierda en la Presidencia.

Luego de una semana en la que se revivió la intención de conformar una coalición entre los sectores de oposición - y algunos independientes alejados del Gobierno – el expresidente Álvaro Uribe Vélez vaticinó, desde Boyacá, un “estallido social” que será reflejado en las urnas contra la administración de Gustavo Petro.
El líder natural del Centro Democrático acompañó una doble jornada a varios de sus congresistas en Boyacá, donde abordó temas en relación con la energía y algunos problemas muy puntuales que afectan a esta región. Allí, en compañía de la senadora y precandidata presidencial Paola Holguín, recordó los pasos que se han dado en el marco de esta nueva coalición que se estaría proyectando para marzo del próximo año.
Durante el evento, Uribe abordó varios temas relacionados a la administración Petro, haciendo un claro énfasis en la seguridad y la economía. Sobre este punto aseguró que, respetando la reforma laboral, se deben aportar espacios para reducir impuestos al empresariado y con ello, abrir caminos “para que vuelva la inversión internacional”.
En materia electoral aseguró que tanto en los comicios presidenciales como legislativos “hay que ganar el año entrante. Hay que ponerle amor a la victoria y hay que buscar la victoria”. Asimismo, apuntó que, a diferencia de lo ocurrido en 2021 cuando se presentaron una serie de manifestaciones contra la administración de Iván Duque, “nuestro estallido social va a ser de votación. Las urnas no pueden quedar arrugaditas con los votos nuestros”.
Su llamado se hace en medio de una semana que se puede catalogar como clave para la oposición, luego de una reunión que encabezó Uribe con el expresidente César Gaviria y en el que forjaron esa coalición de la que se venía hablando desde hace varios meses.
El encuentro desarrollado en Llanogrande, (Antioquia), dejó como resultado, además de esta coalición, la primera declaración pública por parte del exvicepresidente Germán Vargas Lleras para hacer parte de esta convocatoria que agrupará a todos aquellos precandidatos y partidos que se encuentren en una clara línea de oposición a la administración Petro.
Eso sí, Vargas Lleras fue claro al pedir que el proceso de se acelere ante la ya declarada candidatura de Iván Cepeda, quien representará al Pacto Histórico en las urnas – y que también irá al frente amplio en marzo – y con el gran ramillete de candidatos que existe en la centroderecha que asciende a más de 70 aspirantes.

En clave Congreso, la lista del Centro Democrático será cerrada, y según las proyecciones por parte del uribismo, el umbral de votos se sitúa en más de 3 millones por este partido, pues la estimación es llegar a más de 20 curules en el Senado. Uribe precisamente integrará este listado, ubicándose en el puesto 25 para empujar lo máximo posible a su bancada en estos comicios.
El Toro de $6,500 que Necesitaba Solo un Poco de Menta

Siempre he creído que un hombre de campo puede equivocarse una o dos veces en la vida, pero cuando te equivocas con un toro… esa sí que duele. Y no lo digo solo por el bolsillo.
Hace unos meses decidí invertir en algo grande: un toro Black Angus registrado, de esos que aparecen en los catálogos con nombre de linaje, certificado de ADN y una foto donde parece modelo de calendario ganadero.
El vendedor lo describió como “una máquina genética, potencia pura, el sueño de cualquier criador”.

Y yo, claro, me lo creí.
$6,500 dólares. Esa fue la cifra que dolió, pero lo pagué convencido de que estaba asegurando el futuro de mi pequeño rancho y de mi rebaño.
El día que lo traje a casa, el camión llegó levantando polvo por el camino de tierra. Bajó del remolque con paso pesado, brillante, musculoso, con ese aire altivo que tienen los animales que saben que valen más que tú.
Hasta mi esposa dijo:
—Caray, ese toro parece un atleta.
Yo asentí con orgullo.
Lo solté en el potrero principal, justo donde pastaban mis mejores vacas, todas listas para la temporada de cría. Era el momento de ver resultados.
Pero pasaron las horas… y nada.
El toro comía pasto. Mucho pasto.
Miraba a las vacas como quien mira una nube: sin interés, sin emoción, sin propósito alguno.
“Debe estar cansado del viaje”, pensé.
Le di un día. Luego dos. Luego una semana.
Y seguía igual: pastando, bebiendo agua y echándose bajo el árbol a dormir la siesta. Ni un mugido apasionado, ni una mirada romántica, nada.
Mientras tanto, las vacas lo observaban con una mezcla de curiosidad y decepción.
Una mañana, al verlo tumbado mientras las vacas pastaban a su alrededor, no aguanté más y le grité desde la cerca:
—¡Vamos, campeón! ¡Despierta! ¡Haz lo tuyo!
El toro apenas levantó la cabeza, me miró como diciendo “¿qué quieres de mí?” y siguió masticando.
Fue entonces cuando empecé a sospechar que algo andaba mal. Muy mal.
Empecé a hacer cuentas mentales: $6,500 por un toro que solo sirve de ornamento.
El vecino se enteró y no tardó en burlarse:
—Oye, ¿no será que te vendieron un toro filósofo? —me dijo riendo—. Puro pensar, nada de hacer.
No lo voy a negar: esa noche me costó dormir.
Al día siguiente, decidí llamar al veterinario. Un hombre serio, de confianza, que ha tratado todo tipo de animales, desde caballos de carrera hasta gallinas con estrés.
Llegó con su camioneta blanca y una caja llena de instrumentos. Me miró, sonrió y dijo:
—¿Dónde está el paciente?
Le señalé el potrero.
El toro estaba ahí, echado otra vez, rumiando con total tranquilidad, como si nada en el mundo le preocupara.
El veterinario lo observó un rato, luego lo examinó con cuidado: ojos, orejas, temperatura, pulso, todo.
Finalmente, se levantó, me dio una palmada en el hombro y dijo:
—El animal está perfectamente sano. Lo único… quizás es un poco joven todavía.
—¿Joven? —pregunté incrédulo—. ¡Pero si pesa más que mi camioneta!
El veterinario rió.
—Sí, pero a veces los toros tardan un poco en “despertar” su interés. No se preocupe, tengo algo que puede ayudar.
Sacó un frasquito con unas pastillas verdes y me explicó:
—Dale una de estas al día, mezclada en su alimento. Nada más.
Le pregunté qué era exactamente, y solo me respondió con una sonrisa:
—Digamos que… un pequeño estímulo natural.
Esa misma tarde, le di la primera pastilla. El toro la tragó sin problema, como si fuera un caramelo.
Al día siguiente, otra.
Y entonces, al segundo día… empezó el espectáculo.
Desde el amanecer, el toro ya no estaba echado.
Lo vi de pie, resoplando, caminando con una energía que nunca antes había mostrado. Sus ojos brillaban, su cabeza alta, su paso firme.
Me acerqué curioso y apenas pude creer lo que vi: el toro había descubierto su propósito en la vida.
Primero fue una vaca… luego otra… y otra más.
En cuestión de horas, el potrero parecía una fiesta. Las vacas corrían, el toro las perseguía, y los demás animales miraban asombrados.
Hasta los caballos se apartaban del camino.
Esa noche, mi esposa, al ver el alboroto, me dijo desde la ventana:
—¿Qué está pasando allá afuera?
Le respondí con una sonrisa:
—Creo que por fin valieron los $6,500.
Al día siguiente, las cosas se salieron de control.
El toro rompió una parte de la cerca, saltó al terreno del vecino y siguió con las vacas de él como si nada.
Cuando el vecino me llamó, su tono era entre molesto y divertido:
—¡Oye! ¡Tu toro está de visita y parece que no piensa irse pronto!
Tuvimos que ir a buscarlo entre risas y empujones. El animal no quería regresar.
Y cuando por fin lo hicimos volver al potrero, estaba exhausto… pero feliz.
Desde entonces, lo apodamos “El Máquina”.
Cada mañana lo veía de pie, orgulloso, con ese aire de conquistador. Las vacas parecían encantadas, y yo también.
Mis amigos comenzaron a visitarme solo para conocer al famoso toro que “revivió gracias a una pastilla misteriosa”.
Incluso el veterinario volvió una semana después para hacer un chequeo y no pudo contener la risa al ver al toro tan activo.
—Bueno, parece que funcionó —me dijo.
—¡Funcionó demasiado! —le respondí—. Rompió la cerca, agotó a mis vacas y casi me cuesta una amistad con el vecino.
El veterinario se rió aún más y, guiñándome un ojo, agregó:
—Solo le di un suplemento natural, nada peligroso. Pero, por cierto, dicen que tienen un sabor agradable… algo mentolado.
Esa noche, mientras contaba la historia en el bar del pueblo, todos se reían.
Y cuando mencioné que las pastillas sabían a menta, hubo un silencio breve… y luego una carcajada general.
—¡No me digas que las probaste! —gritó uno.
—Bueno… tenía curiosidad —respondí sonriendo—. ¡Y qué quieren que les diga! Me sentí con más energía también.
Desde entonces, mi historia se hizo famosa en toda la región.
Cada vez que alguien se queja de haber comprado algo inútil, los demás le dicen:
“Tranquilo, dale una pastilla de menta, como el toro de Juan.”
Hoy en día, el Black Angus sigue siendo el orgullo del rancho.
Mis vacas están más que satisfechas, el negocio prospera, y cada vez que alguien pregunta por el secreto, yo solo contesto:
“Paciencia… y un poco de menta.”
Moral de la historia:
A veces, en la vida —igual que con los toros— lo que necesitamos no es fuerza ni dinero, sino un pequeño empujón… y una buena dosis de humor para ver los milagros del campo.