Petro anuncia la Cruz de Boyacá para sobrevivientes en Gaza Bogotá
En una entrevista concedida a la cadena árabe Al Jazeera Mubasher desde El Cairo, el presidente Gustavo Petro anunció que Colombia concederá la Orden de la Cruz de Boyacá —una de las más altas condecoraciones del Estado— a varios médicos y una periodista palestina que han permanecido en la Franja de Gaza desde el inicio del conflicto. 

Durante el diálogo, Petro destacó la valentía, el compromiso humanitario y la defensa de la verdad de los homenajeados, frente a una crisis que ha dejado miles de víctimas civiles. En su intervención afirmó que el reconocimiento nacional simboliza la solidaridad colombiana con el sufrimiento en Gaza y denuncia internacional de la violencia. 
“Les he ofrecido, si aceptan, la Cruz de Boyacá… esa medalla se la merecen ustedes y quiero que estén en Colombia… con el corazón de la mayoría inmensa del pueblo latinoamericano que expresa solidaridad”, indicó el mandatario.
El Gobierno colombiano precisó que los galardonados fueron cuatro personas, entre médicos, una periodista y un activista, todos ellos sobrevivientes del conflicto en Gaza.
Diplomacia, cooperación y futuro
En la misma entrevista, Petro anunció que Colombia participará activamente en la reconstrucción de la Franja de Gaza. Propuso enviar médicos voluntarios del Hospital Militar de Colombia con experiencia en zonas de conflicto, además de aprovechar la capacidad nacional en fabricación de prótesis para niños y víctimas. 
El mandatario hizo un llamado al mundo árabe y latinoamericano a avanzar en una “coalición de humanidades” que, a su juicio, debe respaldar la justicia frente a la violencia: “Gaza es la capital de la resistencia del mundo y ciudad de la belleza”.
Repercusiones internas y externas
La decisión de condecorar a sobrevivientes palestinos con una distinción emblemática de Colombia podría tener amplias implicaciones políticas y diplomáticas. Por una parte, refuerza la imagen internacional de Colombia como país activo en causas humanitarias y de paz. Por otra, en el ámbito local, vuelve a colocar al conflicto de Gaza como un eje poco habitual en la política interna colombiana, generando tanto respaldo como cuestionamientos. 
Contexto y valor simbólico
La Orden de la Cruz de Boyacá fue establecida para reconocer servicios eminentes a la patria, y ha sido entregada en el pasado a líderes civiles y militares destacados. Que el presidente Petro la conceda a personas sin nacionalidad colombiana subraya un gesto simbólico de apoyo internacionalizado.
Además, el anuncio se produce en el marco de una gira internacional del mandatario por Medio Oriente y África del Norte, con paradas en Arabia Saudita, Catar y Egipto. Esta visita forma parte de la estrategia de proyección diplomática exterior del Gobierno. También se inserta en una coyuntura en la cual Colombia refuerza su papel como país mediador y actor global pese a tensiones con Estados Unidos y otras potencias en materia de seguridad y derechos humanos. 
¿Qué significan estos gestos?
Este tipo de reconocimientos pueden dar lugar a varias interpretaciones relevantes:
- 
Una señal de que Colombia está dispuesta a actuar no solo como país latinoamericano, sino como actor solidario en conflictos globales.
 - 
Un medio para reforzar la imagen de Petro como líder comprometido con causas humanitarias y diplomáticas, más allá de su agenda doméstica.
 - 
Un reto interno: ¿cómo se traducirán estos gestos en acciones concretas para los colombianos, quienes enfrentan múltiples crisis económicas y sociales?
 
Próximos pasos
De acuerdo con lo anunciado, los cuatro homenajeados serán invitados a Colombia para recibir la distinción en acto oficial aún sin fecha definida. El Gobierno también planea coordinar el envío de un contingente médico-humanitario colombiano hacia Gaza, mientras se decide su participación formal en la reconstrucción de la región.
Conclusión
El anuncio es más que simbólico: combina diplomacia, derechos humanos y la proyección internacional de Colombia. Sin embargo, su éxito dependerá de que las promesas se transformen en hechos concretos, y de cómo este tipo de iniciativas sean percibidas tanto en el país como en el extranjero.
El Toro de $6,500 que Necesitaba Solo un Poco de Menta

Siempre he creído que un hombre de campo puede equivocarse una o dos veces en la vida, pero cuando te equivocas con un toro… esa sí que duele. Y no lo digo solo por el bolsillo.
Hace unos meses decidí invertir en algo grande: un toro Black Angus registrado, de esos que aparecen en los catálogos con nombre de linaje, certificado de ADN y una foto donde parece modelo de calendario ganadero.
El vendedor lo describió como “una máquina genética, potencia pura, el sueño de cualquier criador”.

Y yo, claro, me lo creí.
$6,500 dólares. Esa fue la cifra que dolió, pero lo pagué convencido de que estaba asegurando el futuro de mi pequeño rancho y de mi rebaño.
El día que lo traje a casa, el camión llegó levantando polvo por el camino de tierra. Bajó del remolque con paso pesado, brillante, musculoso, con ese aire altivo que tienen los animales que saben que valen más que tú.
Hasta mi esposa dijo:
—Caray, ese toro parece un atleta.
Yo asentí con orgullo.
Lo solté en el potrero principal, justo donde pastaban mis mejores vacas, todas listas para la temporada de cría. Era el momento de ver resultados.
Pero pasaron las horas… y nada.
El toro comía pasto. Mucho pasto.
Miraba a las vacas como quien mira una nube: sin interés, sin emoción, sin propósito alguno.
“Debe estar cansado del viaje”, pensé.
Le di un día. Luego dos. Luego una semana.
Y seguía igual: pastando, bebiendo agua y echándose bajo el árbol a dormir la siesta. Ni un mugido apasionado, ni una mirada romántica, nada.
Mientras tanto, las vacas lo observaban con una mezcla de curiosidad y decepción.
Una mañana, al verlo tumbado mientras las vacas pastaban a su alrededor, no aguanté más y le grité desde la cerca:
—¡Vamos, campeón! ¡Despierta! ¡Haz lo tuyo!
El toro apenas levantó la cabeza, me miró como diciendo “¿qué quieres de mí?” y siguió masticando.
Fue entonces cuando empecé a sospechar que algo andaba mal. Muy mal.
Empecé a hacer cuentas mentales: $6,500 por un toro que solo sirve de ornamento.
El vecino se enteró y no tardó en burlarse:
—Oye, ¿no será que te vendieron un toro filósofo? —me dijo riendo—. Puro pensar, nada de hacer.
No lo voy a negar: esa noche me costó dormir.
Al día siguiente, decidí llamar al veterinario. Un hombre serio, de confianza, que ha tratado todo tipo de animales, desde caballos de carrera hasta gallinas con estrés.
Llegó con su camioneta blanca y una caja llena de instrumentos. Me miró, sonrió y dijo:
—¿Dónde está el paciente?
Le señalé el potrero.
El toro estaba ahí, echado otra vez, rumiando con total tranquilidad, como si nada en el mundo le preocupara.
El veterinario lo observó un rato, luego lo examinó con cuidado: ojos, orejas, temperatura, pulso, todo.
Finalmente, se levantó, me dio una palmada en el hombro y dijo:
—El animal está perfectamente sano. Lo único… quizás es un poco joven todavía.
—¿Joven? —pregunté incrédulo—. ¡Pero si pesa más que mi camioneta!
El veterinario rió.
—Sí, pero a veces los toros tardan un poco en “despertar” su interés. No se preocupe, tengo algo que puede ayudar.
Sacó un frasquito con unas pastillas verdes y me explicó:
—Dale una de estas al día, mezclada en su alimento. Nada más.
Le pregunté qué era exactamente, y solo me respondió con una sonrisa:
—Digamos que… un pequeño estímulo natural.
Esa misma tarde, le di la primera pastilla. El toro la tragó sin problema, como si fuera un caramelo.
Al día siguiente, otra.
Y entonces, al segundo día… empezó el espectáculo.
Desde el amanecer, el toro ya no estaba echado.
Lo vi de pie, resoplando, caminando con una energía que nunca antes había mostrado. Sus ojos brillaban, su cabeza alta, su paso firme.
Me acerqué curioso y apenas pude creer lo que vi: el toro había descubierto su propósito en la vida.
Primero fue una vaca… luego otra… y otra más.
En cuestión de horas, el potrero parecía una fiesta. Las vacas corrían, el toro las perseguía, y los demás animales miraban asombrados.
Hasta los caballos se apartaban del camino.
Esa noche, mi esposa, al ver el alboroto, me dijo desde la ventana:
—¿Qué está pasando allá afuera?
Le respondí con una sonrisa:
—Creo que por fin valieron los $6,500.
Al día siguiente, las cosas se salieron de control.
El toro rompió una parte de la cerca, saltó al terreno del vecino y siguió con las vacas de él como si nada.
Cuando el vecino me llamó, su tono era entre molesto y divertido:
—¡Oye! ¡Tu toro está de visita y parece que no piensa irse pronto!
Tuvimos que ir a buscarlo entre risas y empujones. El animal no quería regresar.
Y cuando por fin lo hicimos volver al potrero, estaba exhausto… pero feliz.
Desde entonces, lo apodamos “El Máquina”.
Cada mañana lo veía de pie, orgulloso, con ese aire de conquistador. Las vacas parecían encantadas, y yo también.
Mis amigos comenzaron a visitarme solo para conocer al famoso toro que “revivió gracias a una pastilla misteriosa”.
Incluso el veterinario volvió una semana después para hacer un chequeo y no pudo contener la risa al ver al toro tan activo.
—Bueno, parece que funcionó —me dijo.
—¡Funcionó demasiado! —le respondí—. Rompió la cerca, agotó a mis vacas y casi me cuesta una amistad con el vecino.
El veterinario se rió aún más y, guiñándome un ojo, agregó:
—Solo le di un suplemento natural, nada peligroso. Pero, por cierto, dicen que tienen un sabor agradable… algo mentolado.
Esa noche, mientras contaba la historia en el bar del pueblo, todos se reían.
Y cuando mencioné que las pastillas sabían a menta, hubo un silencio breve… y luego una carcajada general.
—¡No me digas que las probaste! —gritó uno.
—Bueno… tenía curiosidad —respondí sonriendo—. ¡Y qué quieren que les diga! Me sentí con más energía también.
Desde entonces, mi historia se hizo famosa en toda la región.
Cada vez que alguien se queja de haber comprado algo inútil, los demás le dicen:
“Tranquilo, dale una pastilla de menta, como el toro de Juan.”
Hoy en día, el Black Angus sigue siendo el orgullo del rancho.
Mis vacas están más que satisfechas, el negocio prospera, y cada vez que alguien pregunta por el secreto, yo solo contesto:
“Paciencia… y un poco de menta.”
Moral de la historia:
A veces, en la vida —igual que con los toros— lo que necesitamos no es fuerza ni dinero, sino un pequeño empujón… y una buena dosis de humor para ver los milagros del campo.